domingo, 1 de septiembre de 2013

Cheila: Una casa pa' maita (Venezuela 2010)


Dirección: Eduardo Barberena (2009)

Género: Drama
Guión: Elio Palencia
Empresa productora: Fundación Villa del Cine
Duración: 90 min.
Formato: 35mm.
Actuaciones principales: Endry Cardeño- Cheila, Violeta Alemán-Maíta, Aura Rivas-Abuela, José Manuel Suárez-Cheíto, Randhy Piñango- Moncho, Elodie Bernardeau-Katy


La presencia del transexual colombiano (Endry Cardeño) dio al filme, desde antes que se estrenara, un aura de ‘sensacionalismo’ que los medios se encargaron de difundir. Bajo el argumento del homosexual agredido por una sociedad machista y el sueño de ser una ‘mujer total’, el filme amenazaba con convertirse en un éxito del cine venezolano, con seis premios, conseguidos antes del estreno en las salas. Sin embargo, la aceptación del público quedó en ‘veremos’ y la distribución nacional, también.

Hoy, la película se encuentra en algunos tarantines de calle y produce risitas en los vendedores:- Esa es la del raro. Yo la vi, ¡es comiquísima! Y, aunque aparezca en el “Catálogo de películas” de las Librerías del Sur, en ninguna de las que visité, en la capital, estaba. Entonces, ¿qué pasa o pasó con Cheila? ¿Éxito de un rato nomás o, realidad echada al olvido?

El filme llegó a las salas nacionales, meses después de pre-estrenos gratuitos en diversos espacios culturales del gobierno, así como después de haber arrasado en el Festival de Cine Venezolano en la ciudad de Mérida. Mejor película, actriz, director y guión, fueron cuatro de las categorías conquistadas por la historia dirigida por Eduardo Barberena.

Empecemos por el comienzo, Cheila o ‘Cheito’-como le llamaban de pequeño- dice ser ‘una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre’, quien viaja a Canadá con la ilusión de ser aceptada en una sociedad de ‘mente abierta’ y con el propósito de ayudar, económicamente, a su familia. Antes de irse, Cheila le regala a su madre (Violeta Alemán) una casa que representa el sueño venezolano de tener ‘techo propio’. Lo que no sabía Cheila es, que a su regreso la casa que, con esmero regaló a su madre, estaría ocupada por toda su familia, incluyendo cuñadas, sobrinos y yernos que, sin pagar ni medio, habían transformado la amplía casa en un pedacito, bien representativo del ‘país generalizado’ que el cine se ha encargado de promover y exportar.

El drama está lleno de estereotipos venezolanos: el drogadicto, la mamá manipuladora, la abuela alcahueta, la niña que sale preñada y deja la universidad, el hombre que golpea a su mujer para sentirse ‘muy macho’ y el estereotipo común y, ya universalmente venezolano, “como vaya viniendo, vamos viendo”, ”primero la cerveza y después el resto”. Personajes como estos ya causan repugnancia, en un país en donde todo no gira- aunque parezca lo contrario- entre birras, mises y sexo.

La en otrora bonita y brillante casa es, a la llegada de Cheila, un nido de cucarachas que se pasean por los platos de la cocina. Y, justo en esta escena quise darle stop al filme, por la sensación de asco y la ausencia de una estética capaz de atraerme. Lo más lamentable es que sí hubo dirección artística, Adriana Vicentelli fue la responsable de la no deseada ambientación y escenografía del filme, porque una cosa es mostrar algo estéticamente desagradable y otra es hacer desagradable una escena. Con esto recordé las fuertes escenas de “Taita Boves” y la astucia técnica y la impecable disposición del arte en el filme. Un buen ejemplo del cine nacional.
Y, entonces, ¿qué hicieron con el presupuesto? El filme contó con la producción ejecutiva de la Villa del Cine, es decir, la institución puso los bolívares para hacer del filme un producto decente pero, a mi juicio, no lo logró.
Otra falla-que tiene que ver con el presupuesto- es la mala iluminación. En momentos sobreexpuesta, en otros casi nula y, en pocos, salvada por la luz natural. La fotografía parecía una suerte de principiantes con cámara nueva. Los ángulos no tuvieron ningún aspecto a destacar, las tomas por lo general fueron abiertas, dejando los detalles en segundo plano.
El uso de blanco y negro en algunas escenas me hicieron dudar de la intención de Barberena y, aunque me declaro seguidora del estilo, en esta oportunidad no me causó mayor impresión, más que un sinsentido y un ¡fuera de lugar!

Ahora, el guión, es otro de los aspectos negativos del filme. Es destacable la intención de hacer una historia no-lineal, de agregar flashbacks para comprender al personaje central, pero, para hilvanar una historia es necesaria la inteligencia y creatividad de un buen guionista.
Elio Palencia escribió la historia para las tablas y, vale decir, tuvo éxito en Caracas. Con Elaiza Gil a la cabeza de las interpretaciones, “La quinta Dayana”-título de la obra para teatro- se presentó en varios escenarios de la capital, para más tarde ser seleccionada por la Villa del Cine, en el 2007, en la primera Convocatoria de ideas para largometrajes de ficción.
De ficción “Cheila, una casa pa maíta” no tiene nada. Contrariamente, el guión tiene un desorden de realidades, sin un argumento creíble. Un exceso de situaciones que hacen del filme una buena ‘tizana’ venezolana. Por un lado, el sueño de Cheila por ser una mujer completa, los obstáculos que tuvo que superar para la aceptación de la sociedad, la marginalidad y ‘pobreza mental’-como hace referencia el texto del filme- de una familia que, pese a tener casa nueva, continúa viviendo en un rancho, el desamor de la madre, la viveza de los hijos, la violencia… tanto para acabar con un final forzado y muy hollywoodense.
Tal vez, el guión debió centrarse en el conflicto psíquico de Cheila, en su transformación, en la superación del personaje. De esa manera, el personaje hubiese ganado más respeto. Se pudo evitar el exceso, la burla cliché en la que se cae al hablar de la homosexualidad. Una de las peores escenas es cuando Cheila se reencuentra con sus amigas y terminan cantando, al peor estilo cabaretero, con plumas rosas y una falta de sincronización entre la voz y la boca.
Sucede lo mismo cuando Moncho (interpretado por Rhandy Piñango) le canta a Cheila, su prima, mientras sus labios van por un lado y la música por otro; con un traje de “Zorro”. Otro ¡fuera de lugar! Moncho y Cheila tuvieron una relación frustrada en su niñez. Ingrediente que agrega peso al filme y fruta a la ‘tizana’.
Los flashbacks aparecen y desaparecen, sin un hilo conductor. Muchas veces cortan la historia en bloques, dejando mucho que decir del guión. Pasa lo mismo con los diálogos, a veces incompletos, otras repletos de las exclamaciones, universalmente venezolanas, -¡Coño ‘e la madre! y otras- que dificultan el disfrute de la historia.
La escena más conmovedora y dura, quizá, es la violación de Cheila en la playa y la muerte de una de sus amigas, a manos de clientes del bar para el que trabajaba. Este recuerdo es el inicio del clímax del filme y el detonante en el drama del personaje central.

De tal manera que, ante este panorama, como espectadora me sentí confundida. ¿En qué centrarme? En la difícil vida de Cheila, en su familia egoísta e interesada, en un país envuelto en tabúes. Hizo falta una buena narración, tanto visual como a lo que a diálogos se refiere. Algo, un elemento para identificarse sin ser lesbiana, gay, travestí o transexual. El único sentimiento que despertó en mí fue la lástima y la tristeza de ver lo que se hace en el cine venezolano, mientras se habla de una apertura, de transformaciones y de mejoras en las propuestas nacionales.

Es bueno detenerse para pensar en las posibles influencias del filme. Tanto Barberena, como Palencia han trabajado con el dramaturgo y cineasta Román Chalbaud, quien es conocido por su tinte social, sus escenas en barrios caraqueños y sus personajes chistosos. No ponemos en duda la trayectoria de Chalbaud pero, si tanto se pregona de un nuevo cine venezolano, se debería empezar por una ruptura con el barrio. Insisto, Venezuela es más que “Petare” y “23 de enero”.

Si hablamos del elenco, más que un filme, Cheila parece el intento de llevar la novela venezolana a la pantalla del cine. Con un reparto de figuras como Aura Rivas, Lucke Grande, Rhandy Piñango, Ruben León, Violeta Alemán y otros; la hora y media del filme parece un resumen de una novela venezolana. Con sus típicas sobreactuaciones, las divisiones sociales y, por sobre todo, el drama, cargado del populismo del barrio y la burla social a un escenario que, sabemos que está ahí pero, como buenos venezolanos, preferimos reírnos a morir llorando.
Ninguna actuación es admirable, salvo en algunos casos, Endry Cardeño quien con espontaneidad y simpatía, construye una Cheila que, cae muchas veces en una autoburla o cliché de su propia condición. Para la actriz/actor el personaje fue una oportunidad de exhortar a otros, quienes como él, se encuentran en el mismo lugar o han pasado por situaciones similares, dada su condición.

En este aspecto es bueno detenerse, pues, a mi parecer es lo realmente destacable, el tema de la sexualidad. Lo transexual u homosexual sigue siendo un tabú para la sociedad venezolana y, es hora de que se hable sobre ello, bajo la egida del respeto y el llamado a la conciencia. Estamos en pleno siglo XXI y el país parece seguir viviendo en una burbujita de cristal. Es hora de que los medios utilicen su poder en temas realmente humanos y transcendentes. Y, qué bueno que el cine lance la primera piedra. Aquí recalco mi observación de centrar la historia en Cheila, en la violencia de género y en su superación como persona libre de escoger lo que, a su parecer, es lo mejor. El resultado hubiese sido más favorable, los flashbacks tendrían mejor sentido y el llamado de conciencia y tolerancia sería más fuerte que el conseguido.

El final, más que rebuscado fue una sorpresa, al menos para mí. Maíta pierde su casa, Cheila regresa a Canadá, en compañía de su amiga Katy, sin dinero en los bolsillos pero, aún así logra operarse y ve cumplido su sueño de la ‘mujer total’, adopta una niña asiática y cree haber conseguido su felicidad. La sorpresa me la llevé cuando en medio de una neblina, Cheila y Katy se besan y caminan de la mano, como la familia feliz. Otro de los aspectos aplaudibles del filme, porque no se trata de un asunto sexual, sino, de la libertad de elección. A muchos, tal vez, debió de parecerles hasta ridículo, ¿convertirte en mujer para compartir tu vida con otra mujer? Aunque absurdo, permitible. La historia toma perspectivas sociológicas y deja al descubierto las decisiones del hombre, tan extrañas y complejas.

Por último, la distribución del filme estuvo a cargo de Amazonia Films, a las salas llegó por muy poco tiempo, a diferencia de las últimas producciones “La hora cero”,” Habana Eva” , “El chico que miente” y otras. Además, recuerdo que la primera vez que la vi, en una sala de Cines Unidos, fue poca la gente que asistió-a lo sumo 10 personas, de las que quedamos poco más de la mitad-,el motivo, lo desconozco, lo que sí debería mejorarse es la estrategia de promoción de la industria nacional. No basta con obligar, por ley, a las salas de cine a proyectar la producción criolla, también es necesario incentivar al público con buenas historias y, ese creo, es el principal problema del cine venezolano, la incapacidad de narrar coherentemente una historia, la ausencia de elementos que lleguen a las audiencias y el cansancio que producen las guerras partidistas que navegan en la Web, sí, hasta la industria cinematográfica lleva boina roja y es algo que se debe evitar, si la estrategia es que el cine llegue a la mayoría de los venezolanos y sea bien recibido. Seguiré y seguiremos a la espera de un mejor cine nacional. Uno que retrate todas las aristas de este país y no subestime la inteligencia de su espectador.


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